En momentos de emergencia, alimenta la esperanza

Escrito por el Dr. Dain Heer, conferenciante y autor

¿Cómo se reconoce la esperanza? No es un proceso lineal; la esperanza no se puede descubrir ni forzar. Es algo que está disponible en lo más profundo de nuestro ser y a lo que podemos optar por acceder.

¿Y si la esperanza es la energía de un futuro más grandioso que puede funcionar como combustible en nuestras vidas? Y en tiempos de incertidumbre y adversidad, que, seamos sinceros, parecen abundar estos días, la esperanza se vuelve absolutamente esencial. Aclaremos algo importante: no es lo mismo la esperanza que el optimismo. El optimismo es la creencia de que todo saldrá bien, favoreciendo la fe en lugar de la consciencia y la elección. La esperanza, en cambio, es una fuerza dinámica de consciencia. Se trata de tender activamente la mano y de alimentar una forma de ver el mundo que te impulse hacia tus sueños, sin importar los retos a los que te enfrentes.

Y aquí viene lo bueno: la otra cara de la esperanza es el miedo. Y en nuestro mundo, a menudo es demasiado fácil caer en el miedo y la desesperación. Sobre todo porque el miedo es el paradigma dominante que alimentan los medios de comunicación, los políticos, las películas y, seamos sinceros, la mayoría de la gente con la que te juntas. Pero la mayor parte del miedo que crees que es tuyo no te pertenece. Lo has recogido de todo y de todos con los que interactúas a diario. Y a veces, en mis momentos más paranoicos, creo que es hecho a propósito por los poderes fácticos.

Porque ese miedo nos quita poder; paraliza nuestras acciones al activar esas vías ansiosas en nuestro cerebro, frenándonos ante las posibilidades que en realidad siempre (¡siempre!) están disponibles. El miedo no es real. Es una distracción de nuestras esperanzas y sueños. Hoy en día, la palabra «soñador» casi se ha convertido en un término despectivo. Es como si los soñadores no tuvieran el miedo adecuado y, por tanto, no fueran de fiar. Pero el mundo siempre ha sido impulsado hacia adelante por los soñadores. Por la gente que se atreve a tener esperanza.

Permítanme mencionar a algunos esperanzados recientes: Nelson Mandela, Rosa Parks, Albert Einstein, Marie Curie, Alan Turing, Amelia Earhart, Raul Wallenberg, Harriet Tubman, Mahatma Gandhi, Steve Jobs y Martin Luther King. Y sí, yo también soy un gran soñador y un insatisfecho. Sin importar a lo que llegue, sin importar cual sea el progreso o el éxito que tenga en la vida, siempre sé que hay más. Siempre espero que aparezca algo aún más grandioso. Eso vuelve locos a mis amigos, ¡y hace que mi vida avance!

Así funciona la esperanza. Es tanto una emoción como una forma de funcionar. Aunque podemos experimentar la esperanza en nuestro cerebro, también es un saber que fluye de conexiones que van mucho más allá de nosotros mismos. Tiene dos sistemas vitales que trabajan mano a mano, ambos esenciales para que sea una poderosa herramienta de transformación. El aspecto intuitivo y emocional de la esperanza se basa en la confianza, no en la confianza ciega ni en la fe. Este tipo de confianza se basa en nuestro saber interior y profundo. Ese saber es más rápido que el pensamiento y procede de nuestra interconexión con todos, con todo, con la consciencia y con el universo. Para simplificar, si una información, una dirección o una elección te resulta ligera, si tiene un sentido del espacio, entonces esa elección es congruente con tu saber. Confía en ello.

Luego está el aspecto funcional: aquí es donde entra en juego nuestra fuerza de voluntad. Se trata de tener la capacidad de preguntar -en lugar de concluir- cada vez que ocurre algo aparentemente «malo». Con cada pregunta, se abren posibilidades que conducen a una elección que lleva a más preguntas y posibilidades. La esperanza sigue fluyendo, alimentando e impulsando la vida.

Y aquí es donde se vuelve aún más extraordinario: la esperanza no reside únicamente en el individuo; ¡es una experiencia compartida y una cocreación! Exponencializamos y alimentamos la esperanza cuando esperamos juntos. Al igual que el miedo, somos capaces de comprar esperanza unos de otros. Y al hacerlo, la esperanza crece y provoca cambios profundos tanto a nivel individual como social.

Cada vez que haces una pregunta, en lugar de llegar a una conclusión, alimentas la esperanza. Cada vez que confías en tu saber, en vez de en el paradigma del miedo, alimentas la esperanza. Cada vez que te preguntas qué más es posible, alimentas la esperanza.

Así que, la próxima vez que pierdas la esperanza, me gustaría invitarte a hacerte algunas preguntas: ¿Qué hay de bueno en esto que todavía no capto? ¿Qué me entusiasma de este cambio que no estoy dispuesto a reconocer? ¿Y qué más es posible aquí que ni siquiera he empezado a explorar?

¿Quizá tomar el teléfono y anotar las preguntas para tenerlas a mano? Podrías titular la nota: ¡En tiempos de emergencia, alimenta la esperanza!

 

Si quieres profundizar en este tema, el Dr. Dain Heer inicia un programa de 11 días llamado «Restaurando la esperanza». Cuesta sólo $22. Obtén más información aquí